AUTORRETRATO

Nací armando el jaleo propio de esas escenas;
me bautizó la Iglesia con el nombre de Enrique,
y Aragón y Castilla circulan por mis venas,
sin que haya aún encontrado a nadie que me explique
a quién debo mis risas y a quién mis penas;
pues, realmente, no es fácil resolver el misterio
de cuál de esas regiones pesa en mi corazón;
tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio,
y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón.

Valladolid, de un lado, por la parte materna;
Zaragoza, del otro, por vía paterna,
llevo dentro la esencia geográfica eterna
que unificó en España una boda imperial.

Y en la esencia hidrográfica de ríos y mares,
sigo una línea acuática de las más singulares
que confesar debía y no sé si me atreva,
pues arranca del Ebro y atraviesa el Esgueva,
pero... va a resolverse en pleno Manzanares;
el cual, como se sabe, por su pobre caudal,
no es ni un Tíber, ni un Támesis, ni un Rhin, ni un Bidasoa.
Y a pesar de ello riega a una gran capital;
allí nací, en la calle Augusto Figueroa.
Me crié delicado mientras vestí mantillas,
sujeto a dieta láctea, que es nutrición pristina,
pero en el mismo punto de cambiar de «cocina»
y empezar a comer «a la carta» papillas,
purés, tapiocas, sémolas, «glasos» y «nesfarina»
ya me hice, y para siempre, tan fuerte como un leño,
que, así como una infancia feliz es un regalo
y el niño que la goza es, luego, un hombre bueno,
una infancia infeliz destila tal veneno
que el niño que la sufre es, luego, un hombre malo.

Mi educación fue varia; el campo y la ciudad
contribuyeron juntas a crear tal variedad;
pues, aun cuando en invierno vivía en sitio urbano,
como pasaba siempre en un pueblo el verano,
también viví — y crecí, lo poco que he crecido—
entre gentes del campo, amantes de la tierra,
y ese vivir agreste de entonces me ha servido
para amar igual que ellos la tierra en que he nacido
por todo cuanto ha sido y todo cuanto encierra.
(El amor a la tierra que vio nuestro bautismo
en términos «científicos» se llama patriotismo.)

Y fue el contacto aquel con la Naturaleza
merced al cual logré resistencia y dureza
moviendo la guadaña, el azadón y el hacha,
y el que, dándome luz en su región oscura,
me impidió escribir, luego, respecto a agricultura
cosas como: «las ramas llenas de remolacha»;
o: «el árbol del tomate»; o que «el peón se agacha
para recolectar la algarroba madura»;
o, al revés, que «se empina para alcanzar altura
al coger la patata»; desatinos que empacha
encontrar con frecuencia, durante la lectura
de libros de escritores a los que se les tacha
de tener una inmensa y sólida cultura.
Cosa sabida, porque fui y soy pequeño,
y las gentes suponen que, impepinablemente,
fuerza es el mayor trecho que hay entre el pie y la frente.

Con respecto al Zodíaco y en lo que afecta al mes
nací un 15 de octubre; signo de «Libra» que es
la balanza: Justicia que pesa y mide al cero
y ello se cumple en mí, pues vivía siempre al fiel
en ideas, en gustos, en el ser justiciero
y en efecto; en todo... salvo en mi monedero,
que en eso mi balanza padece un desnivel
tan desequilibrado, disparatado y loco
que, aunque he ganado mucho, siempre he tenido poco;
anomalía propia de todos los Jardiel.

Declarada la fecha en que nací, ya puedo
citar a otros nacidos, como yo, en la fecha ésa
o en fechas que son «Libras» también: Santa Teresa,
Dostoiewsky, Oscar Wilde, Nietzsche, Newton, Quevedo...
¡Ah! Y Cervantes..., ¡es cierto! Pues si, al citar, me quedo
sólo con los famosos, Cervantes era un hombre
que consiguió tener cierta fama y renombre;
y, como los de «Libra» no se chupan el dedo,
y yo, que soy de «Libra», tampoco me lo chupo,
debo acceder, por ello con Cervantes, y accedo
porque así se completa del todo nuestro grupo.

¡Y vaya un grupo que es! No hay otro parecido,
ni más sublimizado, ni más enaltecido
por virtudes, por méritos, por lo que amó y sufrió,
y es lo del sufrimiento la causa de que yo,
indefectiblemente, arrugue el entrecejo
al repasar sus nombres, mientras digo perplejo:
Al nacer en octubre y en el mismo cuadrante
hará a las vidas suyas la mía semejante?
Seré yo lo que Wilde?... Por un lado me gusta;
pero, por otro lado, ¡francamente, me asusta!

¿Me dará, corno a Newton, la fama algún binomio?
¿O seré, como Nietzsche, carne de manicomio?
¿O acabaré viviendo enfermo y hecho cisco
de reúma y de gota, sin nadie que me asista,
como vivió sus días postreros don Francisco
de Quevedo y Villegas, el supremo humorista?
¿Habrá gloria en mi muerte y me harán un sepelio
que alcance el resplandor del sol en perihelio,
yendo tras de mi féretro 40.000 personas
y diez coches de flores y nueve de coronas,
igual que a Dostoiewsky al que así «compensaron»
los rusos de lo poco que en vida lo estimaron?

¿O moriré en silencio, tras haber pasado antes
todo cuanto pasara, antes de ello Cervantes?
O, en fin, y esto, ¡Dios mío!, es lo que más me espanta:
¿llegaré a hacerme monja, como lo fue la Santa?

Preguntas sin respuesta... Pues nadie es adivino
de lo que reserva el futuro destino;
y, no siéndolo nadie, juzgo que lo sensato
es seguir escribiendo en este Autorretrato.

Mi infancia fue una infancia feliz; trascendental
circunstancia, pues de ella depende el bien o el mal.
Escuelas nacionales y escuelas extranjeras,
en donde me eduqué temporadas enteras,
me amargaron bastante esos tiempos felices,
pero los compensé con los gratos deslices
que brindaba el estío; el trillar en las eras,
y el ir a las vendimias y a otras faenas camperas,
y el montar a caballo y el cazar codornices.
Porque desde pequeño ya fue para mí un juego
manejar y hacer uso de las armas de fuego
para matar —en tardes que hoy juzgo criminales—
muchos tímidos, dulces y lindos animales;
aunque, gracias a serme ya entonces la baqueta,
la pólvora y el plomo objetos habituales,
no me ha inquietado nunca, ni al presente me inquieta
haber tenido de hombre la voluntad sujeta
a las ansias pueriles, ansias universales
de llegar a empuñar un rifle o una escopeta...
para acabar «cazando» a seres racionales.

Hijo de un padre bueno, sanguíneo y polemista
pugnaz hasta el cachete y efusivo hasta el beso
—por afición, político; de oficio, periodista,
repórter en las Cortes e ingenuo socialista—,
no sólo me he criado entre papel impreso
—áspero el del periódico, cuché el de la revista—,
sino que, de muy niño ya frecuenté el Congreso...
al que jamás volví, justamente por eso.
Por descubrir ya entonces lo falso y lo arribista
que es el leader político que sorbe luego el seso
a los hombres sencillos que en su bandera alista.
E hijo de madre artista, y tan excepcional
que llevaba en su espíritu la amalgama increíble
de ser inteligente al mismo tiempo que sensible,
de aceptar lo realista pensando en lo ideal,
de ser suyo y del arte, y de hacer compatible
la obligación doméstica y la profesional
dirigiendo el hogar sin dejar la pintura,
aún no tendría yo ni un metro de estatura
cuando ya iba a diario, cogido de su mano,
a ver Exposiciones y Museos, y había
en mí tanta costumbre de ver, que conocía
de un golpe si era un cuadro flamenco o italiano,
si un Rubens o un Teniers, si un Vinci o un Ticiano;
lo cual, también después, de hombre, me evitaría
el caer en las trampas de la pedantería;
de ese «nuevo-riquismo» en que cae tanto humano
por no vivir infancias iguales a la mía.

Infancia en la que, si hubo afectos y ternuras,
hubo además concepto del deber, sacrificio,
disciplina, tutela y rigidez muy duras
respecto del trabajo y en la que, entre esculturas
y cuadros, hallé tantos libros a mi servicio
como «nihil obstats» tuvo cuanto a las lecturas,
por lo que, no advirtiéndome cuáles eran impuras
tampoco advertí entonces qué era impureza o vicio.

Esta refinadísima maniobra pedagógica
de mis padres —distintos a tantos padres brutos
que proceden sin alma, sin ética ni lógica—
dio, luego, dos espléndidos y rarísimos frutos:
de hacerme tan suave como lento y sutil,
el paso, siempre brusco, hacia la edad viril,
suprimiendo la crisis con que la adolescencia
rasga el velo al misterio clave de la existencia;
y el que en las sensaciones no fuera yo un precoz,
como, sin aquella hábil maniobra, presiento
que hubiera sido, a causa del íntimo y atroz
tirón que habría dado de mí el temperamento.

Temperamento idéntico en cuanto a pasional
al paterno, y, como él, de tan modo absorbente,
extremado, tiránico, implacable y ardiente
y tan lleno de enérgica fecundidad vital,
que ha sido el mar, el río, el arroyo y la fuente
de donde brotó toda mi creación personal.

Porque, en vez de extraer del amor el dolor
pues suelen ser los frutos, que de él se extraen adversos,
lo que yo extraje, siempre, en cambio, del amor
ha sido placer, hijos, libros, comedias, versos,
risas, y en suma, todos los productos diversos
engendrados a impulso de mi mundo interior.

Y si ese amor —doliente— que la mujer inspira
—doliente porque en él con frecuencia hay mentira—
yo lo tuve propicio, y él me trajo el aporte
de la dicha, la prole, la péñola, la lira
y el tirso, es porque en mí fue brújula y resorte
para hacer lo que a hacer el escritor aspira.

Y, sabiendo que todo, todo lo que hice y hago
a ese amor de mujer, que es el ser de mi ser,
cuanto he logrado siempre imaginar y hacer,
así que le pagaron y percibí su pago
lo destiné de nuevo a un amor de mujer.

Total: que estoy en paz. En paz, y libre, y suelto
sin nada que exigir y sin nada exigible;
porque lo recibido lo devolví resuelto:
besos, favores, bromas e insultos. He devuelto
hasta libros prestados, cosa que es ya increíble...

Me dediqué al noble arte de escribir, que figura
en la ELE del «Espasa» como LITERATURA,
por tenaz vocación, fenómeno frecuente
cuando quien lo cultiva es persona decente;
y sin ser vanidoso, pues serlo es ser muy bestia,
y sin falsa modestia, que es peor, puedo afirmar
que triunfe en cuantos géneros me propuse triunfar,
valiéndome ello el odio, inmenso a no dudar
de los que hacen jactancia de su falsa modestia.

Con respecto al teatro, mi devoción por él
viene de la niñez primera, en que, a granel,
los tuve de madera, de tela y de cartón
aparte de los muchos que hice yo de papel:
pero mis preferencias en el período aquél
las reduje a subir y a bajar el telón;
y fue después —diez años después— cuando ese ardor
sufrió un cambio total en su punto de vista
y cuando, en vez de actuar de simple tramoyista,
comencé a desear convertirme en autor.

Para llegar a serlo seguí siempre la pista
que me tracé al principio por estimarla buena
dentro del panorama propio del humorista;
y jamás hice caso de la opinión ajena
en cuestiones artísticas..., porque soy un artista.
Pero si ataqué siempre, empleando los desplantes,
las burlas y el desprecio como desinfectantes,
cuando me vi atacado, a mi vez, por las hieles
de críticos injustos, ignaros e insultantes,
en todo semejantes al infame Anopheles;
pues, sorbiendo en las venas del artista sus mieles,
le dan veneno a cambio: de ahí, ser a él semejantes.

Y la guerra contra ellos, sin espada ni adarga
gané yo, al desahogarme de sus leves disgustos,
y evitarme la bilis, que a ellos aún les amarga,
con lo que vivo, y duermo tumbado a la larga,
vengado de injusticias y en la paz de los justos.

Por ello, al hacer ahora, para este Autorretrato,
balances de mi vida, he pasado un buen rato,
ya que amé y fui feliz: y sufrí... (porque advierto
que he sufrido lo mío, y que he luchado tanto,
y he trabajado tanto que ni recuerdo cuánto
y que hasta me da espanto si a recordarlo acierto):
pero, como igual tengo, en cambio, por muy cierto
que es el que no trabaja, ni ama ni sufre, un muerto.

Y hay tantos «muertos-vivos» bajo el celeste manto,
solamente al pensar el que en ese concierto
pude ser yo uno de ellos, aún me da más espanto,
y bendigo con júbilo lo que, siendo un quebranto,
me ha hecho «vivir-viviendo», y me ha vuelto un experto
en trabajar, sufrir y amar: el triple encanto.

He ahí, pues, mi vida... O querido u odiado
como hombre; y como artista, negado o admirado
(pues todo arte provoca o desagrado o goce,
al hallar enfrente a unos y hallar a otros al lado),
y me odia y niega siempre aquel al que he tratado
y me quiere y admira el que no me conoce.

Más tal disparidad de criterio es norma
entre hombres que rebosan el individualismo,
y todo español: sabe que, por duro atavismo,
nadie logra una fama en suelo nacional
sin escuchar un ¡viva! y un ¡muera! a un tiempo mismo.

En mí el ¡viva! no aumenta el contento que siento;
y el ¡muera! nunca mengua en nada mi contento;
porque, además de Física, se define y concreta
que el hombre y el avión, la llama y la cometa
sólo toman altura teniendo en contra el viento.

Ahora, en el punto y hora en que este escrito fecho,
de dónde sople el viento ya casi me da igual,
porque el comienzo está más lejos que el final...
Y, aun cuando tengo mucho por hacer en el trecho
de vida que me queda, fue tanto ya lo hecho
que aquí cierro esa cuenta... Y otro saque el total.

Veintiséis mil cuartillas, aproximadamente,
llené hasta el día de hoy, y esa labor ingente
en el libro, la prensa, la «radio» y el teatro
escrita quedó en páginas cuyo número abruma:
y de ellas, quince mil: con una misma pluma
«Parker», comprada en Hollywood el año treinta y cuatro.

Y como desde entonces acá, logré la suma
mayor de resultados a favor que he obtenido
(el vivir yo y los míos; tres coches; lo extendido
de mi nombre en Europa y en América y África;
los viajes —también largo y extenso recorrido—,
y el resolver sin riesgo mucha situación trágica),
puedo afirmar, seguro de que he de ser creído,
que todo se lo debo a dicha estilográfica;
y que los ocho dólares que me costó en Waikal
—Franklin Street, catorce, esquina al Hotel Lido—
en catorce años justos ya ha dado y producido
(satisfacción aparte, y aparte lo moral)
trescientos treinta mil, y en cifras más escuetas
tres millones doscientas dieciséis mil pesetas;
y no por «bolsa negra», sino al «cambio oficial».

Pero, como antes dije, y ahora repito, al cabo
del tiempo transcurrido, no tengo ni un ochavo,
aunque nada me importa... Porque la vida entera
menosprecié el dinero, de la misma manera
que desdeño la gloria (esa vil cortesana
que besa igual a todos: Churchill, Charlot, Beethoven)
y por la misma causa, que juzgo soberana
y que hace que me olvide del día de mañana:
la de que me sospecho que voy a morir joven.

¡Y eso que no estoy cierto de acertar! Y tampoco
lo deseo; lo lógico es que acertar lo sienta...
Pues si acertare..., ¡entonces viviría ya poco,
porque faltan cuatro años, si no falla mi cuenta,
para que llegue el año que me trae los cincuenta!
Cincuenta menos cuatro, cuarenta y seis... ¡Exacto!
Cuarenta y seis se cumplen «al comenzar este acto...»
¡Sí!... El barco de mi vida ha hecho ya mucha mar...
Y allá, en la lejanía, brumosa aún, se presenta
(aunque el alegre Amor ocultármela intenta
la lúgubre Aritmética me la obliga a mirar)
la otra orilla, donde, al desembarcar,
¡me espera la Guadaña! (Pero..., ¿y si es menos cruenta
de lo que, desde lejos, solemos sospechar?...)

¡Bah! Yo, en tanto que el barco llega a la triste orilla
como no me entristezco porque ella sea triste,
vivo feliz a bordo y del puente a la quilla
lo recorro, dispuesto ya a admirar cómo embiste
el tajamar al agua... Ya a tomar carrerilla
para ir al restaurant, donde huele a tortilla,
que me gusta muchísimo... Ya a ver darle el alpiste
al canario —barítono de túnica amarilla—
que tiene el sobrecargo colgado en la toldilla...
Ya a escribir: pues la vida del escritor consiste
en llenar de renglones la incipiente cuartilla...
Ya a oír cómo la orquesta ejecuta «Sevilla»
de Albéniz, que es la música más alegre que existe...

Ya a contemplar el cielo, en donde gira y chilla
una gaviota blanca, que la cabeza humilla
al mar, buscando el pez merced al que subsiste...
ya a subir por la pina y estrecha escalerilla
de las cubiertas altas, donde hay una sombrilla
al través de la borda, y tumbada en su silla,
bajo la que una dama preciosísima asiste,
al huir de las olas, que el babor acuchilla,
para echarme a su lado... —porque, ¿quién se resiste?
Y decirle cualquier tontería sencilla
sobre su hermoso cuerpo y lo bien que lo viste;
con lo cual ella dobla la mórbida rodilla
tras las manos cruzadas, e, igual que una chiquilla,
ríe, por hacer ver que lo ha tomado a chiste...
y por mostrar su boca que en rojo y blanco brilla .
(Y, en tanto, el barco avanza hacia la opuesta orilla;
hacia la última orilla, hacia la orilla triste,
pero, ¿y eso qué importa, si al existir se existe,
y la existencia en sí ya es una maravilla?)




CRONOLOGÍA

1901 El día 15 de octubre nace en Madrid en la calle del Arco de Santa María (hoy Augusto Figueroa). Es hijo de Enrique Jardiel Agustín, nacido en Quinto del Ebro (Zaragoza) en 1864, y de Marcelina Poncela Hontoria, nacida en Valladolid en 1866. Su madre era pintora y su padre periodista en La Correspondencia de España. Tiene tres hermanas: Rosario [1895], Angelina [1897] y Aurora [1899], fallecida prematuramente antes del nacimiento de Enrique.

1905 Comienza sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Francisco Giner de los Ríos. 1908 Abandona la Institución Libre de Enseñanza para ingresar en la Sociedad Francesa.

1912 Abandona la Sociedad Francesa para continuar sus estudios en el Colegio de los Padres Escolapios de San Antonio Abad. Comienza su actividad literaria en la revista quincenal del colegio, Páginas Calasancias.

1916 Se traslada a vivir con su familia a la calle de Churruca. Tiene como vecino a un muchacho de su edad, Serafín Adame Martínez, con el que escribe en colaboración su primera obra, el juguete cómico en dos actos Dádivas quebrantan peñas bajo los seudónimos de «Serafín y Joaquín Álvarez Tintero».

1917 El 31 de julio muere su madre en Quinto del Ebro. Ingresa en el Instituto de San Isidro, en la calle de Toledo, para estudiar el curso preparatorio de la carrera de Filosofía y Letras, que abandona al poco tiempo.

1920 Prepara unas oposiciones a Hacienda, aunque no se presenta a los exámenes. Colabora en los periódicos El Imparcial, La Libertad, La Nueva Humanidad y La Correspondencia de España.

1921 Trabaja como redactor en el diario vespertino La Acción.

1922 Conoce al escritor Ramón Gómez de la Serna —que ejerce a partir de ese momento una gran influencia literaria y humana sobre él—, asistiendo a algunas de sus tertulias en la Cripta del Café de Pombo. Inicia sus colaboraciones en la revista Buen Humor. Es nombrado redactor del diario de la noche La Correspondencia de España. Funda la publicación titulada La Novela Misteriosa.

1923 Abandona el periodismo para dedicarse plenamente a la literatura.

1924 Funda el semanario infantil Chiquilín, junto con José López Rubio y Antonio Barbero.

1926 Conoce a Josefina Peñalver, casada, con un hijo, y separada de su marido, a la que se une, instalando su domicilio en la calle de la Santísima Trinidad.

1927 Decide iniciar un nuevo período literario, dedicándose exclusivamente al género humorístico y repudiando expresamente la práctica totalidad de su extensa obra previa. Estrena Una noche de primavera sin sueño, su primera obra en solitario.

1928 El día 20 de diciembre nace su hija Evangelina. Al poco tiempo Jardiel se separa de la madre, Josefina Peñalver, que le abandona, quedando la niña al cuidado del escritor. Ramón Gómez de la Serna le presenta al editor José Ruiz Castillo, que le pide un original para la «Colección de grandes novelas humorísticas» de su editorial Biblioteca Nueva. Colabora en Gutiérrez con el seudónimo de«Conde Enrico di Borsalino». Rompe su larga colaboración dramática con Serafín Adame Martínez.

1929 Firma un contrato con la editorial Biblioteca Nueva por medio del cual ésta le pasa mensualmente un sueldo con el compromiso de entregar a la imprenta un libro anual.

1931 Conoce al escritor Gregorio Martínez Sierra, iniciándose desde ese momento una profunda amistad personal y profesional entre ambos, que dura hasta el fin de sus días.

1932 En el mes de septiembre marcha a Hollywood contratado por la Fox Film Corporation con un sueldo de 100 dólares semanales para trabajar como guionista en el Departamento de Español.

1933 En el mes de mayo regresa de Hollywood a Madrid. En los estudios cinematográficos Billancourt, de París, realiza para la Fox Celuloides rancios, una serie cinematográfica de su invención consistente en incorporar diálogos y efectos originales a seis cortometrajes mudos.

1934 Conoce a la actriz Carmen Sánchez Labajos, con la que convive hasta su muerte. En el mes de julio marcha a Hollywood para volver a trabajar como guionista del Departamento de Español de la Fox, con un contrato de un año y un sueldo de 200 dólares semanales.

1935 En el mes de febrero finaliza en Hollywood el rodaje de la versión cinematográfica de Angelinao el honor de un brigadier, para la Fox. Ese mes regresa a Madrid, finalizando con cuatro meses de anticipación su contrato cinematográfico. Nace su hija María Luz, fruto de su nueva unión sentimental.

1936 El día 16 de agosto, al comienzo de la Guerra Civil, es detenido durante tres días bajo la acusación de esconder a Rafael Salazar Alonso, quedando finalmente en libertad vigilada y recluido en su domicilio durante todo el año. En los meses de junio y julio prepara cortometrajes cinematográficos para Cifesa, que no concluye a causa de la guerra.

1937 En el mes de febrero consigue viajar de Madrid a Barcelona, custodiando una expedición de niños refugiados y fingiéndose maestro nacional. Una vez allí, intenta salir de España y en el mes de septiembre marcha a Francia a bordo de un mercante francés que lo desembarca en Marsella, desde donde se traslada sucesivamente a Niza, Monte Carlo, París y Boulogne, donde en el mes de octubre embarca hacia Buenos Aires provisto de un falso contrato de trabajo en la compañía teatral de Lola Membrives. Mientras tanto, su familia viaja a Marsella, donde permanece un mes, y luego a Buenos Aires.

1938 En el mes de mayo regresa con su familia de Buenos Aires a Lisboa y entra en la España franquista por Sevilla, para trasladarse posteriormente a San Sebastián, donde se instala hasta el final de la contienda. Durante el invierno rueda en San Sebastián los Celuloides cómicos, cuatro cortometrajes.

1939 En el mes de diciembre comienza la película Mauricio, o una víctima del vicio, largometraje que desarrolla los procedimientos cinematográficos que había empleado en sus cortos.

1940 Durante el verano firma un contrato en exclusiva con el empresario teatral Tirso Escudero, por el cual se compromete a estrenar en el Teatro de la Comedia de Madrid dos obras en cada una de las tres temporadas comprendidas entre 1940 y 1943 y a no estrenar durante ese plazo ninguna obra en otro teatro de Madrid. Durante el verano se constituye en empresario teatral, efectuando una gira por diversas localidades españolas con la compañía titular del Teatro de la Comedia.

1943 Se constituye en empresario y director de una Compañía de Comedias Cómicas propia que hace su presentación en el Teatro Borras de Barcelona el 17 de septiembre con el estreno de su comedia Las siete vidas del gato. Realiza su segunda gira con su compañía.

1944 El día 23 de abril muere su padre en Madrid mientras Jardiel se encuentra en Buenos Aires. Sufre una fortísima decepción sentimental a la que no logra sobreponerse nunca.

1944 En el mes de febrero viaja con su compañía a América para realizar una temporal teatral de seis meses. En el mes de marzo se presenta en el Teatro Cómico de Buenos Aires. En el mes de agosto viaja a Uruguay, actuando en el Teatro Artigas de Montevideo. A los pocos días se produce un incidente violento a cargo de grupos de exiliados republicanos españoles y de uruguayos opuestos al régimen franquista, con el que identifican a Jardiel, a raíz del cual se ve obligado a interrumpir la temporada y regresar completamente arruinado a Buenos Aires y, más tarde, a España.

1945 Se le declara un cáncer de laringe que acelera su final a lo largo de los años sucesivos.

1946 Su comedia El sexo débil ha hecho gimnasia obtiene el Premio Nacional de Teatro.

1949 Pasa los últimos años de su vida en la más absoluta miseria a causa de su estado de salud, que le impide trabajar, y del abandono de muchos. Comienza a escribir la comedia ¡Oh, París, ciudad sirena, que estás siempre junto al Sena!, que queda inconclusa.

1950 Ya muy enfermo, vive prácticamente recluido en su domicilio rodeado tan sólo de sus dos hijas y de su compañera Carmen, así como de un reducido grupo de amigos íntimos, como Serafín Adame y César González Ruano, y de algunos jóvenes artistas, como el director escénico Gustavo Pérez Puig, el dramaturgo Alfonso Sastre y el narrador Medardo Fraile. Publica un artículo diario en el periódico El Alcázar que constituye casi su única fuente de ingresos. Comienza a escribir la comedia Flotando en el éter, que deja inacabada.

1952 El día 18 de febrero muere en Madrid, en su domicilio de la calle de las Infantas, 40, ático, y es enterrado en un nicho en el que se inscribe como epitafio esta frase suya: «Si queréis los mayores elogios, moríos.»