VERSOS ESCOGIDOS

Se conoce bien la labor de Jardiel como novelista y comediógrafo. Su faceta de poeta está aún por reconocerse y valorarse. Incluímos aquí algunas composiciones interesantes.
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LA VIDA

Por lo breve es... el tiempo de un respiro;
un relámpago; el cruce de una estrella;
un parpadeo; un goce; una centella;
una germinación; un beso; un tiro;
un do de pecho; un brindis; un suspiro;
una flor en un búcaro; una huella;
una amistad; lo bello de una bella;
una promesa; un éxito; un ¡te admiro!;
un convertirse en público un secreto;
un pasar de cadáver a esqueleto;
un naufragio; una rúbrica; una bruma;
un rubor; un crepúsculo; un asueto;
un eclipse; una boda; un sí; una espuma;
un amor; una dicha... y un soneto.
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FORD V8

Siempre un Ford V8... Porque otros dos tuve,
es ya éste el tercer Ford en el que voy.
En cuestión de coches, siempre un Ford 8V:
un Ford V8 y made in Detroit.
El que no es Ford 8V me parece feo:
y porque he tenido tres Ford, gran turismo,
confundo los de antes con éste y me creo
que los tres son uno, es decir: el mismo.
Fueron el uno del otro el vivo retrato
porque les di a todos idéntico trato.
¡Muy mal trato: es cierto! ¡Pobre el que ahora uso...!
No parece un Ford, sino un coche ruso:
abollado y sucio y tan despintado
que por todas partes le invade la herrumbre.
Pobrecito coche, siempre estacionado
ante alguna puerta: y en invierno helado
y en verano, echando por sus chapas lumbre.
¡Pobre leal amigo!, que haces mi deleite
gimiendo y soplando con alma de fragua:
porque lleva el cárter vacío de aceite
y porque me olvido siempre de echar agua...
Y él, aun así sigue... Aun así camina...
Corre hasta, yo creo, que sin gasolina.
¡Pobre coche mío! ¡Pobre gran amigo
de tanta aventura cómplice y testigo!
¡Cómplice y testigo de tantas escenas,
y de tantas bromas y de tantas penas:
penas que, sin duda, siempre ha recordado
porque no se olvida, si es el pasado;
y, en cambio, los días amables y tiernos
seguro que todos los ha ya olvidado!
¿A que no recuerda las lindas sonrisas
que se reflejaron en su parabrisas?
No, claro; ni una... No hay gestos eternos
y aquellas sonrisas de mujer, borraron
los dedos de lluvia de muchos inviernos;
pero todavía mi suerte es peor
que encuentro un instante y de nuevo pierdo
sonrisas o rostros o escenas de amor
al reproducirse el fugaz recuerdo
en el espejito «Liliput-Cinema» del retrovisor.
Y es que envejecemos, Ford 8 querido:
pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,
es que ya los muelles se nos ponen flojos
y que nada es ahora lo que antes ha sido.
Sí. Los años jóvenes, que como una hilera
de resplandecientes faroles de gas,
vi siempre delante de mi, y a la espera
de que yo llegase, los veo hoy detrás.
¡Noble coche mío! ¡Noble y leal amigo!,
servidor paciente de largas esperas
y ejecutor dócil de mis fantasías,
que igual rompes vallas, que trepas aceras;
que, cuando es preciso, subes escaleras,
y saltas cunetas y vas por las eras
y por los sembrados: y que llegarías,
si yo te pidiese también que lo hicieras,
a entrar por los túneles y andar por las vías.
¡Oh, fiel compañero de rutas viajeras
de todas las horas y todos los días...!
¡Lugar geométrico de mil averías!
¡Rastrillo de caucho de las carreteras,
que, si en vez de España eran extranjeras,
sacabas más fuerzas de las que tenías
y entonces volabas, mejor que corrías,
porque, así, humillando en locas carreras
a todos los coches de allí que veías
dejabas bien altas nuestras dos banderas!
(Pero calla, no hables... ¿por que te sinceras?,
ya sé que es la mía por la que lo hacías.
Pero no te asustes, que seré discreto
y de tal manera guardaré el secreto
que desde ahora mismo juro por quien soy
que no han de saberlo jamás en Detroit.)
Te estimé siempre y te honré también.
Te honré en tus tuercas, te honré hasta en las «juntas»
y si no, contesta a algunas preguntas.
¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?
¿Y no callé siempre y siempre me callo
los contados días que tienes un fallo?
Y aunque ambos sabemos que sí existen varios,
¿he dicho yo a alguien, ni una sola vez,
que ni entre los coches más extraordinarios
exista uno solo de tu rapidez?
¿Ni otro igual de fuerte? ¿Ni igual de bonito
aunque estás de feo que causas espanto?
¡Di! ¿Opiné algo de eso ni hablado ni escrito?
¡No! Porque te quiero. Y te quiero tanto
a pesar del trato que te doy, ¡oh, Ford!
que ya lo ves: ahora compongo este canto
en tu solo elogio, en tu único honor...
¿Y con quién he obrado como contigo obro?
¡Con nadie del mundo! Pues sabes de sobra
que el arte, aun siendo arte, se vende y se cobra
y yo, cuanto escribo lo vendo y lo cobro.
Y si fui contigo un poco locatis
eso que te escribo te lo escribo gratis.
¿Cómo? ¿Te emocionas? ¡Oh, no! No te dejo...
y menos que llores, pues no eres un viejo
para que ahora llores a más y mejor.
¿Lo niegas? ¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!
Si hasta has hecho charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?
Entonces, perdona, y a todo motor
dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!
¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!
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CUENTOS Y CHISMES DEL OFICIO

Como habrán visto ya por el programa
redactado para este beneficio,
Jardiel me ha hecho un monólogo de «dama»
hablando de las cosas del oficio.
Y aquí salgo a decirlo, porque es fama
que de ustedes estoy siempre al servicio.
Lo único que me escama
es que es un poco tarde ya para el suplicio.
Pero hablaré de prisa, aunque sea un vicio,
y se marchan ustedes a la cama...
y Dios les premiará su sacrificio.

El teatro es mi centro,
y bien puedo hablar de él, pisando firme;
voy, pues, a contar algo de aquí dentro,
a saludarles... y después, a irme.

El tema es siempre ameno,
y se pueden decir cosas curiosas:
voy a hablarles a ustedes de las cosas
que suelen ocurrir en un estreno.
La obra llega a las manos de la Empresa
o bien hecha de encargo o por sorpresa.
De la primera manera
rara vez la comedia llega entera,
porque el autor, a quien la Empresa asedia,
por ser de los probados y aplaudidos,
tiene siempre aceptados diez pedidos...
y nunca tiene escrita una comedia.
En el caso segundo,
cuando la obra se acepta y no se encarga,
porque el autor es nuevo en este mundo,
la comedia está entera, pero es larga,
y otras veces es corta; mas no importa,
porque el autor, si es corta, pues la alarga,
y si es larga, suspira y va... y la corta;
pues, aunque no se explica, ni concibe,
el que no es escritor escribe mucho,
y el escritor ya ducho,
ése, si puede no escribir, no escribe.
Dispuesta por completo la comedia,
se anuncia su lectura a los actores;
suele ser a las dos o dos y media,
la hora de los calores;
vienen todos dormidos, tan dormidos,
que ni recuerdan bien sus apellidos,
y avanzan por las calles soleadas
de dos en dos, o bien de cuatro en cuatro,
palpando con las manos las fachadas
hasta dar con la puerta del teatro.
Y es que no hay un actor del siglo veinte
que consiga dormir lo suficiente,
y sólo mientras leen los autores,
en la penumbra gris del escenario,
consiguen los actores
dormir alguna vez lo necesario.
Reparto de papeles. Discusión.
Trance que es siempre amargo,
pues todo el mundo quiere un papel largo...
y todos no lo son.
No existe ni una sola profesión
donde suceda lo que ocurre en ésta:
y es que cobrar sin trabajar molesta...
¿Tiene esto explicación?
El autor sufre... El empresario grita:
«¡Tenéis que haceros cargo!»
Y la primera actriz, la pobrecita,
no sufre ni se irrita...
porque tiene un papel así de largo.
Queda, al fin, el disgusto a flor de piel;
se separa otra vez la compañía
y se empieza a ensayar al otro día...
sin que nadie se sepa su papel.
Cuatro ensayos más tarde
un actor, sin querer, se aprende el suyo,
armando un buen barullo
con su alarde;
pero al día siguiente,
de improviso, el actor se ve atacado
de amnesia efervescente,
y cuando quiere hablar, se le ha olvidado
irremisiblemente.
En los primeros días nuestra gente
no estudia su papel, aunque sea poco,
porque hay tiempo de hacerlo suficiente;
y en los últimos días..., pues tampoco,
porque no hay tiempo materialmente.
Una semana en pleno desvarío
de compras y de gastos;
y aquí dentro hay tal lío,
de modistas, de telas, de tijeras,
de pelos, de papeles, de maderas,
de muebles y de trastos,
que la Empresa, como hacen las mamás
cuando lanzan al mundo un nuevo infante,
declara: «¡Éste y no más;
no estreno ya jamás
ni a Lope que del nicho se levante!»
(Aunque, como hace luego la mamá,
nunca cumple lo dicho, claro está.)

Se llega, al fin, a la última jornada,
que –como hay que llamarla de algún modo–
se llama: «ensayo general con todo»,
pero es ensayo general sin nada.
Falta siempre lo más imprescindible;
no traen los decorados prometidos;
va a ponerse una luz, y no hay flexible;
y, como ya coser es imposible,
se hace con imperdibles un vestido
y dos horas después ya se han perdido,
porque ésa es la misión del imperdible.
El estreno, por horas, se avecina;
se galopa, se suda, se trabaja
con verdadera inquina,
se manda a por bencina;
uno sube, otro baja
y todos piden sellos de aspirina.

La comedia le pesa al empresario
y le dice al autor que es necesario
cortar lo menos media;
el autor tiene un miedo extraordinario,
y quiere cortar toda la comedia.
Los actores, con gestos lastimeros,
le piden que no corte lo que importe;
que, si acaso, que corte
lo que hablan los restantes compañeros.
Y la primera actriz,
a la que todos creen tan feliz
mecida en una vida placentera,
mientras la peluquera
le hace tirabuzones,
forra en un rinconcito unos sillones
sentada en una estera.

Todo el mundo se queja de los pies
se encargan a docenas los cafés,
y el que tiene memoria suficiente,
se acuerda vagamente, en día veinte,
de que almorzó en su casa el día tres.
Y, en tal marimorena,
está de mal humor incluso el gato,
que no encuentra su plato
porque se lo han quitado para escena.
Y así, entre sinsabores,
y angustias, y esperanzas, y sudores,
dan las diez de la noche de aquel día,
y se enciende, por fin, la batería...
Silencio... Expectación...
Nervios deshechos ya por la emoción:
emoción siempre nueva, aunque es antigua.
La gente de aquí dentro se santigua...
¡Se levanta el telón!

Y desde ese momento,
ahí fuera hay con frecuencia diversión,
pero aquí dentro hay siempre sufrimiento...
A veces surge el triunfo, y otras veces
se bebe uno el frasco hasta las heces:
pero de esto es mejor no hablar siquiera,
ni tocando madera.
Del triunfo hay que decir que, por rotundo
que dicho triunfo sea,
siempre hay sabor amargo en la jalea,
pues nunca se da gusto a todo el mundo.
A partir de la noche del estreno,
el ambiente aquí dentro es más sereno;
pero aún no han concluido los apuros:
hay que estar sin salir del escenario;
esclavos del reloj y del calendario;
y hay que ver cuántos duros
ingresan a diario;
y hay que vivir pendientes del calor,
nuestro gran enemigo en los estíos:
y pendientes del frío, amigos míos,
pues nadie va al teatro con los fríos,
y se pierde un horror.
Y si llueve, muchísimo peor,
porque, ¿a ver quién se atreve
a salir de su casa cuando llueve?
Y cuando el tiempo es bueno, pues es malo,
y siendo hermoso es feo,
pues las gentes se marchan de paseo
y no vienen aquí ni con regalo.

En fin: que es un oficio el de la escena
que no vale la pena.
¡Palabra de mujer!
Si volviera a nacer,
y, si fuera la misma todavía:
con mi misma alegría
y mi modo de ser
y mi tipo y mi cara y mi nariz;
si volviera a nacer, como decía,
y si fuera la misma... ¡volvería
a dedicarme a actriz!
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NUEVA YORK


Una ciudad con dos ríos.
Chinos, negros y judíos
con idénticos anhelos.
Y millones de habitantes,
pequeños como guisantes,
vistos desde un rascacielos.
En el invierno, un cruel frío
que hace llorar. En estío,
un calor abrasador
que mata al gobernador
–que es siempre un señor con lentes–
y a los doce o trece agentes
que llevaba alrededor.
Soledad entre las gentes.
Comerciantes y clientes.
Un templo junto a un teatro.
Veintitrés o veinticuatro
religiones diferentes.
Agitación. Disparate.
Un anuncio en cada esquina.
«Jazz-band». Jugo de tomate.
Chicle. «Whisky». Gasolina.
Circuncisión. Periodismo:
diez ediciones diarias,
que anuncian noticias varias
y todas dicen lo mismo.
Parques con una caterva
de amantes sobre la hierba
entre mil ardillas vivas.
Masas con fama de activas,
pero indolentes y apáticas.
«Estrellas», actrices, «divas»
y máquinas automáticas.
Oficinas sin tinteros:
con «Kalamazoos», ficheros,
con nueve timbres por mesa
y con patronos groseros
de cara de aves de presa.
Espectáculos por horas.
«Sandwichs» de pollo y pepino.
Ruido de remachadoras.
Magos y adivinadoras
de la suerte y del destino.
Hombres de un solo perfil,
con la nariz infantil
y los corazones viejos.
El cielo pilla tan lejos,
que nadie mira a lo alto.
Radio, Brigadas de Asalto.
Garajes con ascensor.
Cemento. Acero. Basalto.
Sed. «Coca-Cola». Sudor.
Prisa. Bolsa. Sobresalto.
Y dólares. Y dolor:
un infinito dolor
corriendo por el asfalto
entre un «Cadillac» y un «Ford».
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LA VIDA VULGAR
Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
resistir no puedo la vida vulgar...
Yo tengo unas ansias muy inexplicables,
pero, a pesar de ello, las voy a explicar.
Quisiera perderme en el «oceano»
a bordo de un yate francés o italiano;
quisiera, aun sabiendo lo difícil que es,
subir en dos saltos al monte «Everés»;
quisiera batirme a espada o a sable
con un conde ruso de sonrisa amable;
quisiera viajar en gasolinera
cantando una copla que aprendí en Utrera;
quisiera vivir un año en el Congo
con lo que me dieran de empeño del hongo;
quisiera poder ir a los teatros
llevando en el hombro subido un albatros;
pero nada de eso podré conseguir
según me ha anunciado ayer un fakir,
y, por más que sufra, me habré de aguantar
con seguir viviendo la vida vulgar...
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JACINTO BENAVENTE
Pequeñito y agudo cual puñal florentino
(siempre tuvo solvencia el puñal de Florencia),
habla con voz muy baja, pero al hablar encanta.
Sólo pueden oírle los de oído muy fino.
Tenido por un sabio por los que no son sabios
el cual –si hacemos caso de las gentes ociosas–
está hecho con virutas de maderas preciosas.
Se ha dicho que es su rostro como el de Lucifer,
pero en tal semejanza, la verdad, yo no creo.
«¿Él» como Lucifer? ¡No, hombre, no! ¡Qué ha de ser!
Al lado de él, el Diablo no resulta tan feo.
Todo el mundo le cita por su nombre de pila;
se le conocería entre dos mil en fila.
Y es el único autor que ha hecho la extraña cosa
de cruzar el Atlántico con una mariposa.
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PARÍS


París... ¡París! Voilà Paris!
Asfalto azul y cielo gris
que se contempla vis-à-vis,
o, mejor dicho, tête-à-tête.
Aristocracia en flor de lis
hacia la Estrella y Saint-Denis.
Pueblo Burgués en La Villete.
Frauleins y niños. Y una miss
junto a una estatua del rey Luis
en un jardín. Voyons, Pierrette,
viens donc ici; ne sois pas bête!
Rue de la Paix. Hotel Claridge.
Puesto de libros. Casa Hachette.
Capas de piel de petit-gris.
Y en el «Casino» una vedette
mucho más vieja que el país,
a quien la gente llama «Mis-
tinguette».
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TODO ES TRES
Apuntad a esta verdad,
cabal entre las cabales:
todo es tres, y tres iguales
la Divina Trinidad;
las Virtudes Teologales,
Fe, Esperanza y Caridad;
y las cursis iniciales
que en las losas sepulcrales
expresan la Eternidad.
La división de los días;
los meses de una Estación;
las diversas trilogías
sin una sola excepción;
la edad (3-3) del Mesías
cuando su Crucifixión;
las Parcas, las tres Marías;
y las naves de Colón.
Las leyes de la prudencia:
el ver, oír y callar;
los miembros para formar
el tribunal que sentencia;
las bolas en el billar;
y las palabras, azar,
ocultismo o coincidencia,
que leyó la concurrencia
del Festín de Baltasar
Tres son las gracias, aquellas
estrellas de luz radiante
que Rubens pintó tan bellas
como fueron, tal vez, ellas;
aunque para ser doncellas
las exageró bastante;
y también son tres y estrellas
las que, en oro coruscante,
de un capitán muestran huellas
que aspira a ser comandante.
Tres, las soluciones sumas
que al hombre brinda el Eterno:
Cielo, Purgatorio e Infierno;
y los signos de uso alterno
de la Sibila de Cumas;
y los dedos del gobierno
calígrafo de las plumas;
los Mosqueteros de Dumas
y las Furias del Averno.
Tres los mayores trofeos
de arqueológico destino;
las Pirámides de Cheops,
de Chefrén y Micerino;
y los sátrapas caldeos
muertos por un asesino:
final que es tan imprevisto
como amargo hasta las heces;
y los Cismas y las Preces;
y los nombres que se ha visto
darle al Hermes Trimegisto;
y tres seguidas, las veces
que San Pedro negó a Cristo.
Tres, los metales fatales,
—plata, oro y cobre— los cuales
han causado inmensos males
siempre que fueron dineros;
y los jefes Comuneros,
cuyos rebeldes aceros
fueron también tres metales
fatales por lo mortales;
y tres, también, los brutales
y crueles compañeros
del «Vivillo» y del «Pernales».
Tres letras por sobrenombre
recibe el abecedario;
y otras tres las que dan nombre
popular a un gran diario;
tres son, sin que a nadie asombre
los tercios de un novenario,
los cables de un incensario
los enemigos del Hombre;
y las Cruces del Calvario.
Tres son, al menos, los pies
que ha de tener un asiento
para demostrar que lo es;
y los cerditos del cuento
del «Lobo feroz» inglés;
y asimismo, fueron tres
las estatuas de Ramsés
que en Egipto enterró el viento.
Tres, los seres que una cuna
reúne en torno, de fijo:
la madre, el padre y el hijo;
las provincias de Euskalduna;
los clavos de un crucifijo;
y las caras de la luna:
o, mejor dicho, las fases,
porque conviene hablar bien;
y los lados y las bases
que a un triángulo dan sostén;
y las diferentes clases
de los vagones de un tren...
si no hay hinchas futbolistas
aguardando en cada andén;
y tres los protagonistas
—contando la sierpe insana—
de la Historia del Edén
y cuya ambición sin tasa,
que hizo la orden de Dios vana,
les llevó a perder su casa
por querer una manzana.
Tres, en virtud de la tónica
de la ordenación canónica
son los votos que hace el Clero;
tres el número puntero
entre la gente masónica;
las arpas de la Sinfónica;
y los grados que, en enero,
pone por bajo de cero
el suave clima campero
de la Carpetovetónica.
Tres los paños de un dosel;
y las capas de una piel;
y los vientos de más hiél:
simoun, mistral y pampero;
las sílabas de Jardiel
(que es un rato majadero
mezclándose en el pastel)
y las noches que Luzbel
se le apareció a Lulero,
que al fin, le tiró un tintero:
según, al menos, contó él;
y los palos de un velero;
y las patas de un brasero;
las bocas del Can-Cerbero;
las verdades del barquero;
y las tribus de Israel.
Tres, las letras que el mercante
que naufraga da, anhelante,
«S.O.S.», al navegante
que acudirá a su tragedia;
tres, las partes que dio el Dante
a su «Divina Comedia»;
y tres... bueno: tres y media
las familias de la andante
gitanería ambulante
cuyo apellido es Heredia.
Tres, los tomos que hace impresa
«Las Moradas» de Teresa
de Jesús, la monja heroica;
las plazas de una calesa;
los minutos en que espesa
la salsa mayonesa;
y las hembras de alma estoica
que la tierra aragonesa
opuso a la paranoica
y torpe invasión francesa;
y los jacos de una troika
de Leningrado o de Odesa.
Tres son en el labrantío
las faenas del estío;
tres, las obras en que Talma
puso más talento y brío;
y en tres cosas siempre empalm
a el triunfo su poderío:
la lluvia, el calor, el frío,
la brisa, el tifón, la calma;
el mirto, el laurel, la palma;
la ermita, la fuente, el río;
los Enemigos del Alma,
y los naipes para un trío.
Tres las letras que, abreviando,
al insultar hacen vil;
y otras tres las que, pegando
al del insulto nefando,
tornan lo vil en viril;
tres son los hilos que, el blando
entrecruzado sutil,
y en el telar, trabajando,
usa la industria textil;
y tres las voces de mando
para el fuego de un fusil;
los afluentes del Sil:
y tres los avisos cuando
a algún torero, matando,
le echan un bicho al toril;
y las barras de un atril;
y los toros de Guisando;
y los picos del perfil
de un tricornio, exceptuando
los de la Guardia Civil,
que son dos no sé por qué,
aunque ya me enteraré
pues la cosa me interesa;
y tres son —o hay gran sorpresa—,
las hojas del trebolé,
que es como el trébol se expresa
en la canción montañesa;
y los hijos de Noé:
y tres, los gramos que pesa
—plato incluido— un bisté
de restauran! o café,
lo cual deja estupefactos:
y tres los únicos actos
que a una obra concede, exactos,
la Preceptiva francesa;
y las veces que se ve
sentarse al día a la mesa
a la gente —siempre obesa—,
de apetito y de parné:
pues, aunque es útil y amena,
la costumbre no es barata
ni hecha a base de patata,
de col o de berenjena:
y yo añado que ni buena,
porque la cena envenena
—según Avicena— y mata...
¡y aun diciéndolo, Avicena
fue por culpa de una cena
por lo que estiró la pata!
En fin —y como postdata,
que es la palabra más grata,
para el lector de esta lata,
al que doy mi enhorabuena:
tres metros de tela estrena
todo el que estrena una bata;
tres son los bajos de arena
que rodean cabo Gata;
las semanas de carena
que exigía una fragata;
y las mulas en reata;
y tres las hijas de Elena.
En el mundo, finalmente,
todo es tríptico, y tres es.
Y hasta matrimonialmente;
porque si un tiempo después
de la boda, es evidente
que ella anda dando traspiés
y que él no anda diligente,
¡pues al final, fatalmente,
será una regla de tres!
*
*
*



LA PREGUNTA INÚTIL

El perro sufre... El perro padece:
es fácil presa
de innumerables miedos: y muy frecuentemente
está enterrado el perro; dando diente con diente,
cuando humilde, se mete debajo de la mesa...
Por fortuna, confía desde que era pequeño
en su dueño, en el amo al que cree de hierro
e invencible... y por eso concilia sólo el sueño
junto al amo: y entonces se queda como un leño.
Mas por desgracia, en cambio, ¡hay tanto infeliz perro
que vive sus terrores a solas y sin dueño!
Sí... Ese adorable ser, el más puro que existe,
cuyo amor es constante, y es igual noche y día,
y cuyo mayor goce es nuestra compañía:
por lo que a separarse con dolor se resiste,
ese gran camarada, ¡aun en plena alegría,
tiene en sus dulces ojos una mirada triste...!
Y es que el perro —el canino, que es mucho más hu[mano
que el humano— porque éste es realmente el canino,
ese paciente amigo,
ese entrañable hermano,
cuyo pobre cerebro sólo recibe oscuras sensaciones,
¡soporta un brutal torbellino
de diarias, terribles y angustiosas torturas!
¿Por qué? ¿Por qué obligar al perro a tal destino?
¿Por qué hacer que padezca sufrimientos sin tino
ese noble animal que destila dulzuras?
¿Por qué? ¡Dime! ¿Por qué, Señor de las alturas?
Pero nada contesta el Hacedor divino...
Se calla. Es la más cómoda de todas las posturas.
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*
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JOSE SERRANO

Valenciano, serrano, delgado y bigotudo.
Es lírico, muy lírico, y acaso un poco rudo.
Cada doce o quince años se yergue su figura,
viene a Madrid de prisa, hace una partitura,
la estrena, se la aplauden, la cobra, se la gasta,
le entra una gana enorme de camorra y de gresca,
y se va en un tren mixto, maldiciendo su casta,
a un pueblo valenciano «a ver lo que se pesca».
Es un hombre que huye —como si fuese el coco—
de todo el que le dice que trabaja muy poco;
y como esto lo dice todo aquel que le nombra,
se pasa la existencia huyendo de su sombra.
Y por si no tuvieseis aún bastantes datos,
agregaré que basta para verle afligido
decirle estas palabras: «La venta de los gatos».
Y no añado otra cosa, porque ya he concluido.

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*
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LOS HERMANOS QUINTERO
Es uno, mas son dos, porque son dos en uno.
¿Dónde está su principio? ¿Dónde se halla su fin?
Todo rima en su arte andaluz y moruno.
Hasta sus nombres riman, porque acaban en «in».
Uno empieza una frase y el otro la concluye;
se ceden cortésmente el turno para hablar;
si el uno a algo se escapa, el otro también huye.
Uno dice: «Al trabajo», y el otro: «A trabajar».
En ellos el «acento» se «acentúa» lo mismo
que en los meses de agosto se acentúa el calor.
Mas los dos olvidaron su día de bautismo,
y es frecuente que digan: «No me acuerdo, señor...»
En sus obras hay siempre una niña andaluza,
que en los primeros actos ríe y canta al salir;
luego, en el tercer acto, la tragedia que cruza,
y la niña que llora y que vuelve a reír.
Lo fraterno es su lema y el teatro es su afán.
Están en todas partes, como Dios. ¡Ahí están!
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*

CARLOS ARNICHES
«Es el rey del sainete» —se susurra al pasar—,
y él pasa —largo y alto— sin oír ni mirar,
y no mira ni oye porque vive en la altura.
(Hay que advertir que tiene dos metros de estatura.)
Los actores, el día que manda convocarlos
a «una lectura» nueva, se alegran ipso facto,
y se abrazan, gritando: «¡Hoy va a leer don Carlos!»,
mientras la Empresa gime: «¡No traerá más que un acto!»
Escribe poco y bueno. Si acierta es una mina:
corre el oro en taquilla en forma de cien llenos.
Mas cuando se equivoca se arma una sarracina
de cuatro mil doscientos ochenta sarracenos.
«¡Le ríe el alma a este hombre!» —he oído siempre yo
al ocupar mi sitio en las noches de estreno.
«Le ríe el alma a este hombre.» Le ríe el alma... ¡Bueno!
Debe reírle el alma, porque la cara, no.
*
*
*

MIS RAZONES PARA HABLAR DE PRISA

¡Oh! ¡Destino, que riges el ritmo de mi vida!
¡Oh! ¡Destino, que das el tono a mi existencia!
Dicen que hablo de prisa, cualidad maldecida,
que hace que el radioyente, pierda tiempo y paciencia.
¿Por qué no me das tú la calma necesaria
que tuvieron San Luis, el Santo Job y Arcadio?
¿No ves que estoy jugándome la vida a la contraria
cada vez que me toca conferencia en la Radio?
Yo, que quisiera hablar con claridad de cielo,
por lo visto, estoy siendo un as en el camelo,
y, según es costumbre en esta clase de ases,
me meriendo y digiero el final de las frases.
Dame tú claridad en la pronunciación
cada vez que me toque actuar en la emisión,
y si no claridad para excitar la risa,
dime al menos la causa de por qué hablo de prisa.